Este miércoles se cumplen 41 años del asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. Tenía 63 años.
Romero era hijo de Santos Romero y Guadalupe Galdámez, ambos mestizos; su padre fue de profesión telegrafista. Estudió primero con claretianos, y luego ingresó muy joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo. De allí pasó en 1937 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con jesuitas. En Roma, aunque no llegó a licenciarse en teología, se ordenó sacerdote (1942).
Regresó al país y poco a poco fue tomando parte del servicio parroquial en Anamorós (Las Unión), Santo Domingo y San Francisco (San Miguel).
Trabajador y tradicionalista, solía dedicarse a atender a los pobres y a los niños huérfanos. En 1967 fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la Montaña que, dirigido por los jesuitas, era la sede de la CEDES. Tres años después el papa Pablo VI lo ordenó obispo auxiliar de El Salvador.
En 1974 fue nombrado por el Nuncio Apostólico de Roma como Obispo en Santiago de María, donde predicaba todos los domingos en la catedral y visitaba campesinos pobres.
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En 1975 inició lo que sería sus tradicionales denuncias contra los gobiernos militares, con la masacre de varios campesinos, supuestamente perpetrada por miembros de Guardia Nacional.
El 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, y desde esta tribuna continuó reprochando las violaciones a los derechos humanos por parte del Gobierno militar de Arturo Armando Molina, más aún cuando aquella administración promovió expulsiones y muertes de sacerdotes.
En junio de 1978 volvió a Roma y, como la vez anterior, fue reconvenido por algunos cardenales y apoyado por el papa Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la admiración internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente); algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el Premio Paz de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia.
Aunque no hay certezas al respecto, se ha afirmado que el 8 de octubre de 1979 recibió la visita de los coroneles Adolfo Arnoldo Majano Ramos y Jaime Abdul Gutiérrez, quienes le comunicaron (también al embajador de Estados Unidos) su intención de dar un golpe de estado sin derramamiento de sangre; llevado a efecto el 15 de octubre, Monseñor Romero dio públicamente su apoyo al mismo, dado que prometía acabar con la injusticia anterior. En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma (la última había sido en mayo de 1979), siendo recibido entonces por Juan Pablo II, que le escuchó largamente y le animó a continuar con su labor pacificadora.
Insatisfecho por la actuación de la nueva Junta de Gobierno, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.
Romero fue asesinado durante la celebración de una eucaristía en la capilla del hospital Divina Providencia en San Salvador el 24 de marzo de 1980; un día antes de su muerte, Romero hizo desde Catedral Metropolitana un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño en su homilía titulada “La Iglesia, un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente”, que más tarde se conoció como “Homilía de fuego”.
Un disparo hecho por un francotirador desde un auto con capota de color rojo impactó en su corazón momentos antes de la consagración, la tarde de ese día.
En 1993, la Comisión de la Verdad, creada por los Acuerdos de Paz de Chapultepec para investigar los crímenes más graves de la guerra civil salvadoreña, concluyó que el asesinato de monseñor Romero había sido ejecutado por un francotirador que fue contratado por miembros de los escuadrones de la muerte, supuestamente dirigido por Roberto D’aubuisson, fundador del partido ARENA. En 2004, una corte de los Estados Unidos declaró civilmente responsable del crimen al capitán Álvaro Saravia, uno de los brazos operativos del dirigente tricolor.
El 24 de marzo de 1990 se dio inicio a la causa de canonización de monseñor Romero. En 1994 se presentó de modo formal la solicitud para la canonización a su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de ese proceso, monseñor Romero recibió el título de Siervo de Dios.
El 3 de febrero de 2015 fue reconocido por parte de la Iglesia católica como mártir «por odio a la fe», al ser aprobado por el papa Francisco el decreto de martirio correspondiente y promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos.
Por eso mismo, en consonancia con los procesos debidos según los estipula la misma Iglesia católica, el 23 de mayo de 2015 fue beatificado en la plaza Salvador del Mundo. Poco más de tres años más tarde, el 14 de octubre de 2018 fue canonizado por el papa Francisco en la plaza de San Pedro en Roma.
La Iglesia católica lo venera como santo y algunos de sus fieles se refieren a él como san Romero de América.
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