Rodolfo Estrada es el sexto de los 11 hijos que procreó Valentín Estrada (notable y multipremiado escultor salvadoreño fallecido en Soyapango hace 33 años) y es el único que siguió los pasos de su padre. Nacido el 6 de septiembre de 1936, vivió sus mejores épocas en las décadas de los cincuenta y sesenta.
Despuntó en 1952 al ganar el segundo lugar en la Primera Exposición Nacional de Artes Plásticas de la Dirección General de Bellas Artes (DGBA) y en 1961 y 1965 viajó a México para completar estudios de metalurgia y fundición de hierro, bronce, aluminio y el método de cera perdida, en el taller de los hermanos Díaz.
En 1966 montó su taller de Fundición en la Escuela de Artes Plásticas (EAP), financiado por el director Benjamín Saúl, y ahí se fundieron sus primeras obras.
Trabajó siempre a la sombra de su padre en la creación de obras ilustres, como las que adornan los principales turicentros del país. Su promesa era no darse a conocer hasta que su padre falleciera.
Pasaron casi dos décadas así y llegó el día, en 1982, cuando Valentín bajó los brazos en medio de una difícil situación económica. «Me dijo mi ‘apá’: ‘ya salí, yo ya no tengo amigos, otros se han muerto y no hay quien nos ayude…’, ya se acercaba el día de su partida», recuerda de entonces.
Rodolfo sintió que era el momento para «sacar la casta» por sí solo y fue en busca de los «discípulos de Valentín Estrada», con los que buscaría hacer lo necesario para que su maestro viviera lo mejor que pudiera sus últimos días.
En sus idas y vueltas logró contacto con un oficial de alto rango en el Ejército, del que ha olvidado el nombre, pero el que asegura gestó el último «grito de Valentín Estrada». El militar «solicitó a las casas comerciales que donaran efectivo y, a cambio, les darían publicidad», cuenta Estrada. Lo recogido sirvió para alargar la vida de su padre por cuatro años más y para pagar la hipoteca de la que al día de hoy sigue siendo su casa y se convirtió en taller; en el final del barrio El Progreso, Soyapango.
Su obra
Por su cuenta, Rodolfo Estrada logró trabajos «bajo las balaceras» al fundir monumentos que fueron colocados en la extinta Policía de Hacienda, el cuartel de Morazán, El Zapote, la Escuela Militar y la Fuerza Aérea. «Muchos de ellos ahora están en museos», apunta.
También trabajó con Enrique Salaverría y Rubén Martínez; mientras atendía a otros clientes particulares, entre ellos el expresidente de la república Alfredo Cristiani y su esposa, Margarita. También destaca que en su taller se fundió y trabajó un busto del mayor Roberto d’Aubuisson.
«En buenos tiempos llegué a ganar hasta 300 colones en un día», dice, un tanto feliz. Mantuvo su nombre en boga y desde el Centro Nacional de Artes (CENAR) llegaban los estudiantes a fundir a su taller. Trabajaba menos en sus creaciones, pero seguía ingresando dinero para continuar la vida tranquila.
«Castigado por los dioses»
A sus 83 años no recuerda puntualmente cuándo fue el día en que dejó de trabajar para los estudiantes de arte o de hacer esculturas para pagar sus gastos. Realmente siempre ha seguido trabajando, pero cada vez menos para vivir dignamente.
«Estoy castigado por los dioses, el dios Xochipilli, el del amor, me tiene castigado», dice.
«Me he estado defendiendo con obra pequeña. Si se me resquebraja alguna la fundo y hago otra… De eso va saliendo para las tortillas», completa, observado desde diferentes flancos de los modelos cubiertos de recuerdos, polvo y pobreza, amontonados por todos lados en su casa-taller.